domingo, 15 de junio de 2025

(10) Abusos cometidos por Ricardo Villanueva (arrendador evasor fiscal) y su mafia

Como ya es bien sabido, en México, si se renta cualquier inmueble el arrendatario se ve sometido, en la gran mayoría de los casos, a toda una serie de abusos cometidos por su arrendador, sobre todo cuando este opera al margen de la ley.

Esto se debe a que el Gobierno de México sistemáticamente favorece a los arrendadores y desfavorece a los arrendatarios (muestras concretas de esto ya he publicado muchas), obstaculizando al máximo las denuncias, de tal modo que si no se insiste suficientemente contra todo ese aparato burocrático-delictivo, no se logra nada en estos casos, como en cualesquiera otras denuncias interpuestas por los más vulnerables.

Este es el caso, típico, del dueño de la casa en que actualmente rento un cuarto, que dice llamarse "Ricardo", aunque luego he averiguado que su primer apellido es "Villanueva", y el segundo permanece oculto todavía por ahora.

El domicilio de la casa en que rento el cuarto, como ya antes he publicado, es en la calle Pino Suárez 227, entre las calles San Felipe y Reforma, en el centro de Guadalajara, Jalisco. Y el de la casa de los dueños es enseguida, en la calle Pino Suárez 229.

Su prepotencia y moral miserables, son dignas de relato, mediante pruebas en lo posible, porque siempre es necesario que este tipo de personas sean expuestas públicamente.

En complicidad con cuando menos otros miembros de su familia, esposa e hijos cuando menos, o algunos de ellos, así como con un grupo de los inquilinos de la misma casa, y otros sujetos, de vileza no menos abyecta, que luego ha venido añadiendo en sus abusos en mi contra, Ricardo Villanueva, se muestra a simple vista como alguien tranquilo; pero, ya conociéndolo un poco, de lo más descaradamente absurdo y abusivo, con la típica prepotencia de múltiples arrendadores, sobre todo los que no pagan impuestos, y creen que nadie puede denunciarlos suficientemente.

Sus crecientes atropellos han llegado incluso hasta amenazarme de muerte anoche, de manera disimulada, pero muy clara.

Voy a relatar todo en detalle poco a poco.

En esta casa, hay varias reglas no escritas que rigen cada cosa que en ella ocurre, y sin las cuales no puede estar aquí, porque se es expulsado, de manera coordinada por su arrendador y su mafia, que incluye familia, inquilinos y, por lo visto, algunos asalariados.

La regla que más se nota es una que grita: el que es silencioso es el más pendejo, y el más ruidoso es el más chingón, chingona o "inteligente", es decir, chingador/a o "ganador". Pero eso es solo en cuanto al aspecto más notorio, a los oídos hasta de los vecinos. Pero en síntesis, por supuesto, lo que significa es otra cosa, en lo esencial: el que exhiba más vileza, por todas las formas posibles, y una de ellas es el ruido, es el o la más chingón/a. Vileza en la forma de abusos, de hipocresía y de muy numerosas mañas, que, aunque son muy infantiles y muy ingenuas (como todo lo que hacen los idiotas abusivos), no son pocas y, sobre todo, son extremadamente obstinadas.

A pesar de mi acostumbrada tranquilidad, a fuerza de tales reglas, me han obligado a ser ruidoso (y no me disculpo —y ni siquiera me explico—, sino tan solo me expreso), con el fin de sobrevivir durante mi estancia, porque aquí, en la administración o coordinación de esta especie de mafia, hay retrasados mentales que no entienden más que tales salvajes leyes.

Sin embargo, puesto que ello implica toda una mafia contra una sola persona, me veo obligado a trasladar ese ruido que tanto valoran a donde sí tenga algún sentido, y no sean los sonoros rebuznos y vacíos ladridos de los perros que aquí, en su elemento, son "felices" en su amargura de no saber más que malvivir.

Pero acá, en Internet, el ruido va a ser muy distinto, porque no va a ser vacío, sino con pruebas de, al menos, varias partes importantes de ello. De aquello que la costumbre de ser vil al arrendar en México, se produce con todo descaro, en medio de otras muchas formas de vileza, que se entiende que se deben producir a diario aquí, tomando en cuenta dichas pruebas de asombrosa estupidez.

Desde que llegué a esta casa, me he preguntado una y otra y otra vez, con gran asombro: ¿Cómo es posible que haya un arrendador tan PENDEJO, tan asombrosamente PENDEJO, o tan VIL, tan asombrosamente VIL, que en una casa de 6 cuartos meta en tres o cuatro cuartos a gente que es de una misma familia, o de los cuales uno o dos no lo son, pero actúan exactamente como si lo fueran, que para el caso es lo mismo?

¿Por qué no lo puede entender, el abuso que de ello se engendra? (Y no es el hecho en sí, sino lo que ello engendra.) ¿Cómo puede serse tan pendejo para no entenderlo? Por la misma causa o grado de pendejez con que aquí Ricardo Villanueva administra el Internet y "administra" el agua (de modo ilegal, además, para variar con su delictiva evasión de impuestos), por mencionar solo otros dos ejemplos, de los que aquí hablaré también.

¡Que alguien le explique, al niño, que las mafias no son buenas, y cómo se forman! ¿O ya lo sabe, y es lo que pretende, porque se cree muy inteligente?

Como si eso fuera poco, en la mañana del sábado 6 de junio, enseguida de que publiqué los anteriores párrafos, Ricardo Villanueva, otra vez, cortó el suministro del agua a la casa en que estamos los inquilinos, y no la reconectó, sino hasta en la tarde, con tal de castigarme por decirle claramente lo que siempre, de varias formas, han rechazado hacer: escuchar, y con respeto, cuando se les trata de hablar así. De esto voy a hablar en detalle también, demostrando la prepotencia de estas personas, ante quienquiera que, entre sus inquilinos, se atreva a contradecirlos.

Aquí hay muchísimo que narrar, y lo voy a hacer en extenso y con detalle, y con algunas pruebas importantes de ello, aunque para las personas con nivel no en extremo rastrero de inteligencia, debe ser muy fácilmente deducible lo que aquí está sucediendo con el solo hecho de saber sobre tal monopolio de viles y sinvergüenzas mitómanas y mitómanos.

Independientemente de esa clara deducción, de que el exceso de poder corrompe y genera abusos, eso era de hecho un resultado muy notorio desde que llegué a esta casa. El mismo día de mi llegada, cuando todavía no había traído sino algunas pocas de mis cosas, y aún no pasaba la noche aquí, y venía una o dos veces al día y estaba aquí un rato, unos 10 segundos después de que una vecina de cuarto de al lado me vio entrar al baño, me tocó la puerta, fuertemente, varias veces, de manera decidida, tratando, obviamente, de hacerme salir, de interrumpir lo que ya había comenzado a hacer y cederle el baño, simplemente porque ella lo había decidido (y habiendo otro baño cerca, desocupado).

Por supuesto, la muchacha, de unos 22 años de edad, tenía dos objetivos:

1) Quería, desde ya, sin ninguna demora, anunciarme que si pretendía yo cambiarme a esta casa, no iba a serme nada fácil, porque ella, o gente como ella, estaban aquí para hacerme frente con abusos por completo descarados, por la simple molestia de la presencia de un nuevo inquilino; pero, sobre todo, porque ellos, de alguna manera, tenían un poder innegable para hacer semejantes estupideces.

Inmediatamente antes de estar en esta casa, estuve en otra en la que solo habíamos hombres (porque no se permitían mujeres), y aunque había varios homosexuales, tapados, también eran muy agresivos, y la violencia, verbal y física, era totalmente normal. Sin embargo, ni en esa casa, en la que había peleas violentas y amenazas de ello con mucha frecuencia, me encontré nunca con un abuso tan descarado como el que esa muchacha pretendía en mi contra. ¿Y cuál es la diferencia? Que ella es mujer, y que hay cierto tipo de mujeres que se atreven a abusar contra hombres, con más descaro que lo que normalmente hace un hombre, por atrevido que sea.

2) La muchacha quería probarme, para saber hasta dónde podía abusar. No salí del baño, la ignoré completamente, incluso después de salir. Sin embargo, su abusiva estupidez era hasta el grado de que, pese a lo que ya había hecho, y a que al hablar era en extremo y ridículamente falsa, uno o dos días después, en la cocina, con la misma barata teatralidad con que a diario acostumbraba hablar, me pidió que la ayudara a encender la estufa. Y, por supuesto, volví a ignorarla completamente.

En ese cuarto, en que dicha muchacha vivía con un muchacho y un bebé, con frecuencia se producían portazos y otros muchos ruidos, entre ellos gritos, como algo por completo natural. De lo cual no me quejé; pero más recientemente me ha llamado mucho la atención esa serie de libertades, en vista de que desde la casa del arrendador, hace algunas semanas, comenzaron a hacerse ruidos, de censura en contra mía, enseguida de cualquier ruido menor que los de aquellos dos muchachos, y mucho menores que los que actualmente, y desde hace ya casi un mes, un vecino que metieron a ese cuarto de al lado está produciendo a diario y a cada rato, con la obvia intención de molestarme al máximo.

Pocos días después de aquel ridículo detalle en la cocina, la muchacha, mientras platicaba en voz alta, en la noche, con el muchacho, le dijo con desprecio y en tono burlón, muy audiblemente desde el cuarto en que yo estoy: "¡Eres un pendejo. Eres un pendejo. Eres un puto!"

Y lo recuerdo y digo ahora, de nuevo porque eso y muchas otras cosas como esa, deben haber sido escuchadas también desde la casa de enseguida, en que viven el arrendador y su familia, separada de esta casa solamente por espacio descubierto.

En esos días, una señora que vive en el cuarto de al lado de la entrada de la casa (los cuartos no están numerados), me comentó que ese muchacho es hijo suyo, al hablar respecto a quiénes ocupaban cada espacio dentro del refrigerador, que compartimos.

Y en ese momento también, por lo mismo, me comentó que otra muchacha, que vive con ella y que tiene dos niños, también es su hija.

Y hay una enorme similitud, según después he visto innumerables veces de muchas maneras, entre su hija y su nuera. En lo esencial, son exactamente iguales, en el grado de maldad y abuso, pero la hija es muchísimo más peligrosa y nociva, porque, a diferencia de la otra, que es en extremo cínica, la hija, cuyo nombre hasta ahora no conozco, es extremadamente mentirosa y disimulada al cometer múltiples abusos. En lo único que es descarada, en extremo, es en el disimulo con que abusa. Por ejemplo, mientras la nuera dice con todo descaro y de forma directa a su víctima, "¡eres un pendejo!", la hija lo expresa con actos de abuso, con todo descaro hacia quien sea su víctima, y al mismo tiempo, ante los demás, arma intrigas con mentiras para aparentar ser víctima y volver a los demás contra su víctima.

Sin embargo, el descaro de sus abusos es llevado hasta el extremo de incluso mentir diciendo, a su víctima directamente, que esta hizo algo malo que no hizo; lo cual, por supuesto, es extremo enojoso para quienquiera contra quien lo hace.

Y, después de una serie incontable de abusos en contra mía, a través de meses, tuvo el vil descaro, recientemente, de decirme, y a gritos, la muy sinvergüenza, en mi propia cara, esta absoluta falsedad: Cuando, muy molesto, por supuesto, le pregunté por qué dejaba un comal sobre un quemador apagado (de los únicos dos que hay en la estufa, compartida), mientras ella solo estaba ocupando el otro, y yo necesitaba usar urgentemente uno, me respondió, con toda desvergüenza, que yo hacía lo mismo. Lo cual es absolutamente falso.

Además, actuó adelantándose a propósito para estorbarme exactamente en un momento en el que, como ella bien sabe, acostumbro prepararme, durante algunos minutos, algo de comer antes de irme, muy de prisa, a trabajar cada tarde. Es decir, deliberadamente, para estorbarme, cosa que ha hecho de muchas maneras incontables veces. No en respuesta a abusos que haya cometido yo en su contra, sino tan solo a arrebatos, impredecibles, que le surgen en cualquier momento, de frustraciones o de problemas, ajenos a mí, en su vida personal y/o en su trabajo.

En medio de todo eso, además de cometer abusos, en mi contra, y decir falsamente que son en respuesta a que yo cometí algún abuso, he visto muchas veces que hace cosas contra otros y contra ella misma, en el lapso entre mi salida y la llegada de otros, de tal manera que, cuando ya no estoy en la casa, parezca que las hice yo, y acusarme de ello ante otros, para volverlos en mi contra, y perjudicarme además de este modo. Esto lo he visto muchas veces, por ejemplo, en que ha movido parte de mis cosas en el refrigerador, para hacerme parecer como abusando, y luego, además, así, justificar abusos suyos en mi contra, encimando sus cosas sobre las mías.

A propósito de esta forma en que muchas veces estuvo abusando, hasta que me vi obligado a comprar una serie de recipientes de plástico para dificultárselo, hay que notar que lo estuvo haciendo además de que en esta casa durante meses solo 4 de 6 cuartos han estado ocupados y ella y su mamá son quienes han estado usando, al menos en parte, el espacio correspondiente, dentro del refrigerador, de dos cuartos sin inquilinos; y que ellas, además del mencionado, usan los espacios de la puerta, del cajón de verduras de abajo y el congelador, que yo muy rara vez (dos o tres veces) he usado brevemente con alguna cosa (solamente el cajón y la puerta).

Una vez que en la presencia de esta muchacha abrí el refrigerador y saqué unas tortillas que había metido en el cajón de abajo, al verme se enfureció, y aplicó una de sus muchas represalias, por considerar, por lo visto, esa parte también como exclusivamente suya.

Enseguida de mi llegada a esta casa, esta muchacha, y su mamá en menor medida, eran prácticamente los únicos inquilinos que entraban a la cocina por las mañanas, cuando menos de lunes a viernes y no muy temprano, y, sobre todo la muchacha, siempre ha reaccionado ante mi presencia como ante un estorbo, y procurando, de muchas maneras, evitar que la utilice incluso por unos momentos.

Hubo un tiempo en que incluso cedí un poco ante sus abusos, y por la mañana, durante meses, casi no entré a la cocina, a nada, o lo hice de vez en cuando por unos segundos, a lavar un vaso o algo similar. Sin embargo, luego sucedió que la muchacha comenzó a ver esto, en mí, como una debilidad que podía explotar para limitarme hasta el grado de no dejarme entrar a la cocina en absoluto: tampoco para prepararme algo para comer. Siendo esto ya demasiado, comencé a usar la cocina un poco más en las mañanas, sin dejar de entrar, el mismo breve rato acostumbrado, por la tarde. Aunque esto la enfureció.

Unas tres semanas después de que llegué a esta casa, mientras yo lavaba en la mañana algunos trastes, en la cocina, la muchacha, sola (sin ninguno de los niños esta vez), pasó caminando por detrás de mí hacia el lavadero de ropa, que está a unos 5 metros de donde yo estaba; pero esta vez me llamó la atención que noté periféricamente, y volteé brevemente por ello, que ella estaba volteando, girando la cabeza sin girar el cuerpo atrás, y mirando hacia mí, varias veces, como para ver si la volteaba a ver; y vestía un chor tan minúsculo como una tanga, que mostraba parte de sus nalgas, y casi también a la vez su ano.

Al día siguiente, hizo lo mismo; pero en ambos casos traté de mirarla lo menos posible de forma directa, y cuando mucho la vi de este modo dos veces, en esos dos días. Y en los dos días siguientes a estos, volví a verla pasar y andar cerca de mí, en la cocina, en chor, aunque ya no la vi de manera directa, sino solo de manera periférica, sin llegar a confirmar si era ese mismo chor o era otro.

En ningún momento, desde mi llegada a esta casa y, por supuesto, hasta el presente, he mostrado a esta muchacha ni la más mínima atracción, de ninguna manera (ni siquiera involuntaria, porque no la siento en absoluto hacia ninguna mujer como ella), o disposición, a que pueda haber algo sexual, o amoroso, entre nosotros. Aunque tampoco le he mostrado nunca repugnancia, ni me he opuesto en absoluto a que coincidamos en la cocina, como con cualquier otro inquilino, aunque sin que haya de parte de nadie el abuso, que ella y su cuñada (mientras estuvo), han tenido por costumbre cometer, tratando de acaparar el lugar, de maneras innecesarias, como dejando cosas sin lavar, estorbando, dentro del fregadero, que no es muy hondo, y sobre la estufa apagada o en algún otro lugar como estos, que todos sabemos que no son para eso, habiendo lugares que sí lo son.

Unas dos semanas después, tras estar aplicando distintas formas de obstruirme y atrasarme en mis actividades, con el fin obviamente de perjudicarme y molestarme, la muchacha, a quien calculo unos 23 años de edad, enseguida de que en su presencia yo había entrado al baño, pasó con su hijo, de unos 5 años de edad, exactamente por la parte exterior de la puerta de ese cuarto, diciendo enojada y en voz muy alta "¡es un joto!", únicamente, sin nada antes ni después.

Tomado en cuenta las reacciones en mi contra que de forma hipersensible la familia arrendadora emprendió con el fin de imponerme absoluto silencio, me llama la atención de nuevo el hecho de que estas personas, supuestamente, no hayan escuchado tal abuso, y no hayan reaccionado en absoluto en contra de ello, porque, además, ese lugar en que ocurrió está mucho más cerca y descubierto de donde ellos viven que otros en que han tratado de silenciarme, por sonidos o ruidos menores y sin ese ofensivo significado.

Entre las muchas formas en las que incontables veces la muchacha me ha tratado de perjudicar, lográndolo en parte obviamente, están:

* Poniendo sillas atravesadas en mi camino, sin otro obvio objetivo que el de estorbarme, en ratos en los que supone que solo yo voy a estar en la casa o usar la cocina, y solamente a mí van a estorbarme y, además, nadie más lo verá, puesto que va a obligarme a quitarlas de allí para poder pasar a la cocina, y de esta al comedor y al cuarto. Pese a ello, dado que lo ha hecho ya muchas veces, otros de los inquilinos, si no es que ya todos, lo han visto, e incluso el arrendador, Ricardo Villanueva, cuando menos una de las veces en las que ha subido de la casa en que vive a esta, que está en el segundo piso. Y en mi presencia, y sin reaccionar contra ello en absoluto; es decir, en completa complicidad.

* Dejando, durante horas, un comal y/o una cazuela sobre la estufa apagada, después de usarla. Lo que ya también Ricardo Villanueva ha visto, cuando menos en mi presencia, y sin reaccionar, y, por lo tanto, siendo cómplice también de este otro abuso. Y a esto hay que añadir las otras muchas veces que sin duda ya lo ha visto cuando yo no he estado, sobre todo antes de haberme mudado a esta casa, puesto que enseguida de mi llegada era aún más frecuente.

* Dejando trastes sucios en el fregadero, de modo que estorben.

* Dejando ropa seca en el tendedero, durante horas, sobre todo al principio, tras mi llegada. Y después ha dejado de hacerlo, porque ha visto que la he recogido y la he puesto sobre el depósito de agua de un baño que, con la puerta siempre abierta, está junto a los tendederos, cuando he necesitado espacio para tender y la ropa que hay tendida ya está seca.

* Dejando innecesariamente junto al lavadero de trastes cosas que estorban a otros. Y no me refiero a un recipiente con jabón, sino a cazuelas, recipientes y utensilios de cocina, que sabe bien que a ella, al llevar sus cosas a lavar, le estorbarían si fueran de otro y este los dejara allí. Y en este caso soy yo el único afectado, porque, como ella bien sabe, soy quien usa el lavadero inmediatamente después de ella.

* Poniendo alimentos sobre los míos en el refrigerador, que nunca pongo, sino en el espacio que me corresponde.

* Tirando cerca de la entrada de mi cuarto alguna basura.

* Tirando restos de comida líquidos frente al refrigerador, inmediatamente antes de mi acostumbrado y predecible uso, obligándome a pisarlos o esquivarlos varias veces.

* Echando desechos en muy avanzado estado de putrefacción, y, por supuesto, muy malolientes, en el bote de la basura, ubicado bajo la estufa y el fregadero, sin meterla en ninguna bolsa, sino dejándola al descubierto, de manera que resulte insoportable e insalubre, estar allí oliéndolo durante minutos.

* Apagándome el calentador de agua enseguida de que entro a bañarme. Esto lo ha hecho muchas veces.

* Instigando con mentiras contra mí a prácticamente cualquier persona con que platica. A su mamá, a su hijo, a su hermano, a una pariente suya que por temporadas vive en esta misma casa (como actualmente sucede), a alguien que posiblemente es padre de sus hijos y que estuvo unos días en la casa, a otros inquilinos, al arrendador y, de modo directo y/o a través de este, su familia, y a un muchacho que actualmente vive aquí sin más propósito ni actividad que la de estarme agrediendo de distintas formas a todas horas y todos los días.

Generando así, de hecho, actitudes y hasta acciones de todos ellos en contra mía, incluyendo al niño; al cual ha inducido o enseñado a agredirme de varias formas; entre ellas, cerrándome las puertas del pasillo y la reja de la escalera, cuando me aproximo a ellas; sentándose y parándose atravesado en el pasillo o las puertas (de la escalera, del patio, de mi cuarto y otras), al tiempo que me mira lleno de odio y desafiantemente; cerrando la puerta del patio cuando estoy allí lavando ropa.

Uno de esos otros inquilinos, llamado Lázaro, es uno que de cualquier modo desde que llegué a esta casa mostraba abrigar en mi contra prejuicios, sin conocerme, y que ha sido muy fácil de manipular por las intrigas de la muchacha, o que incluso las ha utilizado para confirmar dichos prejuicios, resultando en acciones en contra mía.

Este muchacho, de unos 25 años de edad, y un hermano suyo, un poco menor, llamado Erick, que viven en un mismo cuarto, parecen ser también parientes de dicha muchacha, su mamá y la pariente antes mencionada. O cuando menos, Lázaro muestra hacia estas una afinidad tan grande como si lo fuera, pudiendo también resultar de que él, posiblemente, los haya recomendado para rentar en la misma casa, y que por ello se sienta obligado a defender y cubrir sus abusos para proteger su reputación.

De cualquier modo que sea, Lázaro ha repetido en mi contra incluso algunos de los mismos abusos de la muchacha antes mencionados, y otro consistente, hace más de un mes, en quitar una bicicleta que él tenía en un pasillo privado (por el que solo pasan él, su hermano y otro inquilino, de nombre Juan Manuel), y ponerla durante días frente al lavadero de ropa (?!), de tal manera que me impedía lavar allí de manera normal, sino haciéndome a un lado. Eso, sin importarle o preocuparle ni afectarle que mientras tanto Ricardo subiera y viera la acción abusiva o desconsiderada. Lo cual es posible que sí haya ocurrido, aunque sin reacción del arrendador.

Por otra parte, la conducta de la muchacha es tan extremadamente terca en abusar, en mentir, en intrigar, en dañar sin motivo justo, y en hacerlo incluso como una reacción contra cualquier indicio de progreso que observa en otro (de esto voy a hablar más abajo), que al mismo tiempo es evidente que algo la hace sentir muy segura de que puede hacerlo sin tener más problemas que los que su víctima pueda causarle, especialmente si este es un hombre.

Una de esas causas de seguridad inusualmente anormal para incurrir con extremada contumacia en más abusos siempre, es, como ya antes mencioné, el ampararse en que por ser mujer puede incidir en ello sin consecuencias en contra de un hombre, reiteradamente y sin limitaciones, al igual que su muy similar cuñada. Pero otra, que refuerza esta postura y sus abusos, sin duda es el hecho de que, en este caso, en esta casa, ellos son todo un grupo (incluyendo a los arrendadores) contra uno.

La típica arrogancia, prepotencia e injusticia que resultan de creerse más fuertes que otros, por verse en ventaja numérica. Todo esto es por completo natural, y predecible y evitable cuando se actúa con inteligencia, y así con justicia, desde una posición en que se admite cuántas partes hay de cada lado. Por esto, en el caso económico análogo, existen las leyes antimonopolio.

Y una tercera causa, favorecida por las anteriores, es la costumbre y experiencia, que tiene esta muchacha, en engañar a otros, de la que sin duda se siente orgullosa y la anima también a seguir abusando.

Sin embargo, a pesar de esa destreza en la vileza de manipular, no tengo la menor duda de que la mamá de esta muchacha ya la debe conocer, muy bien, después de tantos años de vivir con ella, así como la otra pariente, que actualmente ocupa otro cuarto en la misma casa, y que posiblemente es hermana o prima de aquella. Pero la causa de que la defiendan incluso estas dos mujeres, no es un engaño en el que la hija las pueda tener, o una auténtica convicción de que sea inocente, sino un intento fácil de engañar a los demás, que no tiene otra base que el saber que esto es lo más sencillo que pueden hacer para "afrontar" este problema; es la salida fácil, simplemente porque es más sencillo, desde su cómodo punto de vista, engañar a otros contra uno, en este caso de esta casa, que enmendar a una muchacha que ya ven como imposible de corregir. Esto último es algo que saben, especialmente la mamá, que no van a lograr, ni en unos días ni en meses, puesto que no lo han conseguido ni siquiera en décadas.

Este es uno de esos muchos casos de la típica debilidad que sobreconsiente y engendra injusticias descontroladas, que, para al menos semicontrolarse o aparentar que se arregla algo, inducen a recurrir a otras injusticias, que no hacen más que perpetuar el mismo ciclo, el mismo círculo vicioso: otra victoria para la mentirosa, y más mentiras de la mentirosa, sin fin y en creciente repetición.

Puesto que ya hay la cómoda impotencia y la resignación de que no pueden hacer nada contra ella, para corregirla, y puesto que en esta casa todo está dispuesto para la salida fácil de dejar seguir su curso a la malicia que ya está en camino, simplemente hay que dejar que ocurra, es la postura cómoda de estas personas, en el exceso de poder en que, por el ingenuo o injusto sobreconsentimiento de los administradores, los mantienen hundidos estos.

Por otra parte, aunque en Lázaro he notado una cierta disposición a que nos acerquemos, lo ha hecho siempre de manera ambigua: al mismo tiempo que mantiene a todas luces la creencia o convicción de que estoy siendo injusto con su pariente, parientes o amigas; con lo que, cualquiera de sus intentos de acercamiento, más parece, que algo justo, con el objetivo de que me amolde y que me someta a sus maneras abusivas de tratar a los que creen en desventaja.

Además, unos días después de que llegué a esta casa, desapareció un kilo de jitomates que yo había metido al refrigerador, y lo comenté a este inquilino, Lázaro, sin culparlo en manera alguna. Su respuesta, sin embargo, implicó un detalle absurdo, extraño, pero bastante revelador de su significado. Su respuesta, breve, fue que a él le había sucedido algo parecido cuando llegó; pero al decir esto, intercaló algo sin ninguna relación con lo que estábamos platicando; de manera inconexa con todo el contexto, intercaló que él había estado en ese cuarto, en que estoy. Entendí su indirecta inmediatamente: tenía contra mí algún prejuicio, y quería hacerme saber que, debido a ese antecedente, conservaba copia de la llave y, cuando él lo decidiera, podría él ingresar a mi cuarto.

Esta implícita amenaza, hay que decirlo, aunada con lo antedicho, no me ha hecho en modo alguno sentir algún deseo de llegar a tener amistad o algo parecido con alguien como él, y, sin embargo, nunca he sido con él grosero, hasta ahora, aunque sí dejé de saludarlo por un tiempo cuando uno de sus abusos lo requirió: un día que, al saludarnos, él me sonrió y yo no lo hice, se molestó como si le debiera yo a él algún tributo, o porque siente que tengo que hacerlo debido a que tienen alguna ventaja, de alguna manera: por su antigüedad en esta casa, por su llave de mi cuarto, o por la ventaja numérica (del grupo en que está en la casa), o por combinación de estos factores. Y esa molestia por ese detalle, lo movió, decididamente, a atravesar en mi camino, como la muchacha, una silla antes de retirarse de esa parte de la casa, el comedor.

Por otra parte, percibo que en Lázaro existe la incomodidad de que coincidamos en la cocina, muy probablemente en gran medida por mentiras de sus allegados o parientes. Como antes he mencionado, yo nunca me he opuesto a que concurramos, con respecto a nadie, y no lo considero una molestia. Pero reconozco que para cualquiera puede ser más cómodo que lo hagamos en tiempos distintos, siendo muy pequeña la cocina. El número de inquilinos en esta casa, no es tan grande como para que no podamos acordar a qué hora corresponda a cada cual entrar a la cocina, en la mañana, en la tarde y en la noche, respetando el turno fijo ya acordado de cada uno de los demás.

Por esto, una vez pensé en proponerles que platicáramos al respecto, en una reunión de todos algún domingo, para acordar, y anotar, desplazando tal vez cada cual su tiempo un poco, en lo posible. Sin embargo, veo que si la muchacha no tiene una motivación en verdad con base en esta cuestión, el problema crucial no se va a resolver, y si no se resuelve con ella, no se resuelve tampoco con nadie de los de su grupo.

Aunque no veo que con Juan Manuel haya algún problema por tal motivo, si fuera necesario, lo podríamos platicar y resolver, si bien en esta casa el principal problema está en la irracionalidad de la postura de la muchacha y, en consecuencia, de los demás dentro de su grupo en cuanto a mi presencia, como resultado de que aquí lo "fácil" e injusto es lo preponderante.

Además de lo antedicho, los abusos aquí denunciados, son consecuencia de un defecto en comunicación veraz con el arrendador; que a su vez es consecuencia de las grandes dificultades que Ricardo Villanueva y su familia exhiben para hacerlo sin desprecio por la verdad, objetivamente, en lugar de dominados y cegados por el deseo de tener siempre la razón.

Esta postura, no solo desalienta a las personas que sí valoramos la veracidad, y la practicamos, sino que propicia y fomenta las posturas irrealistas, e incluso francamente absurdas, de quienes prefieren la comodidad de no escuchar sino a quienes hablan lo que ellos prefieren oír: lo, supuestamente, más fácil de manejar, que en realidad puede convertirse en lo más difícil en muchos casos; como suele suceder, en cualquier cosa, con la elección de las vías más fáciles y más cómodas. Con el tiempo, suelen convertirse en las más incómodas y nocivas; como, en parte, ya antes mencioné respecto al círculo vicioso que se produce mediante mentiras y más mentiras, por no enfrentar de verdad un problema.

Cuando, por ejemplo, me mudé a esta casa, pedí a Ricardo la clave de la red WIFI de aquí. Me dijo que se la pidiera a Lázaro.

Hice esto, y Lázaro me la dio. Sin embargo, a los pocos días vi que esa red tenía ya otro nombre ("Otra"), y la clave le fue cambiada. Así que aunque había otra red, más lenta, hablé con Ricardo a fin de saber lo que sucedía.

Me dijo que iba a hablar con Lázaro para que "no ande haciendo eso", repitiendo esta frase. Por supuesto, por la forma en que me lo dijo, me hizo pensar que dicho inquilino había hecho algo indebido.

Pasaron las horas y la clave no fue restaurada a la que yo tenía, y volví a hablar con Ricardo. Este subió y, sin mencionar ya lo que había propuesto como solución (lo cual me extrañó), me preguntó si había probado a usar el internet en la red más lenta a otras horas, de menos uso, como pidiéndome, implícitamente, obviamente, que la usara ya muy noche o muy temprano; lo que por varias razones me pareció totalmente impráctico, desde luego. Por ello y por la extrañeza que me causaba que ya no hablara sobre la contraseña, respondí, sin aspereza pero de inmediato, que ya lo había hecho y a cualquier hora seguía siendo muy lenta. Claramente molesto por mi respuesta, como si mi franqueza lo hubiera insultado, Ricardo, autoritariamente, siguió evadiendo aún, completamente, el tema de la otra clave, y añadiendo que iba a resolverlo. Lo cual nunca hizo, de ninguna forma. Y, sin embargo, nunca se lo reproché de ninguna manera ni volví a hablar con él al respecto.

Pero esa noche o a la siguiente, decidí platicar con Lázaro respecto a esto, quien estaba en la cocina con Juan Manuel. Aunque me acerqué tranquilo, pero serio, él y Juan Manuel reaccionaron a la defensiva, seguramente porque ya sabían el malentendido que estaba causándose. Para ellos era lógico también que yo pensara que ellos estaban arrogándose un derecho que no tenían. Así, aunque Lázaro permaneció callado casi todo el breve rato, fue Juan Manuel, con cierta molestia, no sé si contra mí, contra Ricardo o contra ambos, quien me dijo que esa red procedía de un repetidor que ellos dos habían comprado, y que preferían no compartir la clave porque se reducía la velocidad.

Me asombró la situación, tan al inicio desconcertante como luego incómoda, que ocasionó la forma en que Ricardo manejó este asunto.

Y hay dos cosas que de esta experiencia me llamaron mucho la atención: ese manejo tan conflictuoso de la situación y el autoritarismo con el que reaccionó Ricardo ante mi lógico desconcierto por lo que causó.

Días después, vi una tarde a Ricardo subir y me dijo que a diario como a esa hora subía a recoger la basura.

Sin embargo, después noté que varios de los inquilinos estaban actuando agresivamente con respecto a mí, mediante ruidos, con los que, al pasar los días y las semanas, lograron transmitir algo que, por supuesto, no se me ocurrió inmediatamente: esos ruidos principalmente eran al sacar, con brusquedad y enojo, la basura algunos de ellos, embolsada, de cada uno de los tres botes (uno de la cocina y uno en cada uno de dos baños), porque no era cierto que lo hacía Ricardo. En retrospectiva, vi que al mismo tiempo que tales protestas se repitieron, no vi a Ricardo sacando basura ninguna otra vez.

Pero para entonces, mi relación con los demás ya estaba bastante deteriorada en gran parte también por esto, y aunque seguía saludando a algunos, a la muchacha y su familia nunca llegué a hablarles sino algunas pocas veces brevemente (para no meterme en más problemas) y dejé luego de saludarlas. Por ello, cuando noté lo que sucedía en cuanto a la basura, decidí no usar ninguno de esos botes ya; lo cual no se me dificultó, porque uno de los baños casi nunca lo uso, y el principal y la cocina están más cerca de mi cuarto que de cualquier otro. Además de que, en esta casa, soy el único que (desde varias décadas atrás) tiene la costumbre de ir echando la basura en bolsas más pequeñas, que enseguida anudo, regreso conmigo a mi cuarto y a diario saco al salir de la casa.

Hasta ese día, había habido en la casa un problema ya evidentemente antiguo, consistente en que el resumidero del baño principal y más usado, y más cercano a todos, estaba ya totalmente tapado y era ya imposible usarlo, sin inmediatos encharcamientos. Sin embargo, lo destornillé, le saqué cerca de un kilo de cabellos largos y basura negra que se había ido adhiriendo entre ellos, y que puse a un lado, y volví a atornillar. Fue como regalar, a quienes quisieran, un área libre para bañarse, sin los molestos encharcamientos, y sin mencionarlo nunca, hasta ahora, en ningún momento.

Así, al mismo tiempo que, como mínimo la muchacha, sus dos hijos, su mamá y su posible tía, volvieron a poder bañarse allí de hecho (los demás salen más temprano), con el paso de los días se fue notando que ya no tiraba en los botes yo nada. Aunque todo esto también sin comentarios, ni insinuaciones, al respecto en absoluto de mi parte, hasta ahora. Y no como un intento de que se me pague algo por ello, sino por resaltar la injusticia de la insistencia en perjudicarme, que en realidad es mucho mayor, y extraordinariamente miserable, que como hasta aquí he narrado; como pronto se verá cuando lleguemos a esa parte.

Absurdamente, durante las protestas de otros inquilinos, por medio de fuertes ruidos, sobre la basura, Ricardo Villanueva aplicó, como correctivo, reiterados cortes en el suministro del agua, en distintos días, durante horas cada vez.

Después, cuando al parecer consideró que ya era suficiente ese castigo, o demasiado descarado por el rato, subió a la casa y, al encontrarnos en el patio, me dijo que tuviéramos cuidado en uno de los baños, el más usado, porque con frecuencia el desagüe del depósito no quedaba bien cerrado tras bajarle y se seguía tirando al agua, y así se vaciaba el tinaco. E inmediatamente añadió (tratando de evitar que yo dijera algo indeseable), enfáticamente, la mentira de que, sin embargo, a nosotros nunca nos faltaba el agua porque le avisábamos y la restablecían inmediatamente. La realidad, que sin ninguna duda él sabe bien, es que en la gran mayoría de los casos no se le avisa, porque para todos es obvio que cierran su paso como medio de "resolver" algo, que les inconforma o desagrada.

Aunque no le comenté nada respecto a semejante falsedad, enseguida, sin otro afán que el de contribuir a la solución, le dije que había notado que la causa de que el agua se tirara era que la tapa del desagüe del tinaco era un poco ancha de más y pegaba levemente en el tubo central, y que por ello con frecuencia se quedaba allí atorada sin bajar hasta el desagüe.

Inmediatamente, Ricardo me respondió —implícitamente negando, así, del todo lo que le acababa de decir— que el problema ocurría cuando al bajarle al baño no se le soltaba la manija inmediatamente, y se le sostenía durante unos instantes.

Por la forma en que me respondió, fueron obvias tres cosas:

1.- Que al respecto no había otra verdad posible que la que a él se le ocurriera, simplemente por ser el arrendador. Lo que me confirmó lo que ya había notado al hablar sobre el problema del WIFI.

2.- Su "solución" era tan obviamente falsa y tan absurda como decir: nadie en el mundo le sabe bajar al baño, más que yo, y todos en el mundo, excepto yo, tienen, en consecuencia, ese mismo problema al bajarme al baño: se quedan por ello sin agua frecuentemente. Lo cual es evidentemente por completo falso, e incluso insultante a la inteligencia de cualquiera con un mínimo de raciocinio.

3. A Ricardo en realidad no le importaba resolver ese problema, sino culparnos por la falta de agua, y mantener esa falsa causa para poder seguir cortándonos el suministro cada vez que él lo creyera necesario, pese a la ilegalidad de este desmán.

Si el administrador considera preferible elegir la opción más fácil, como imponer lo más fácil que se le ocurra al hablar con los inquilinos, va a hacerlo, y entonces no verá no solo la necesidad de escuchar opiniones contrarias o diferentes, sino tampoco de pensar él mismo un poco más o mejor al respecto, y su manera de ver las cosas tenderá a ser defectuosa y mantenerse así, sobre todo si se cree infalible o superior en todo a sus inquilinos al razonar o al argumentar.

Unas semanas después, al notar que había goteras en las dos llaves de la regadera del principal baño (sobre todo en la izquierda), bajé, toqué la puerta de la casa de los arrendadores, que está enseguida, y abrió la esposa de Ricardo.

Cuando le dije, añadí el comentario de que había notado, desde muchos días atrás, que alguien había estado apretando extremadamente fuerte la llave del lado izquierdo (la del agua caliente). La señora inmediatamente me interrumpió, diciéndome que iba a subir; y al tratar de seguirle hablando al respecto, volvió a interrumpirme diciendo lo mismo. Con lo que implícitamente, obviamente, me dijo que no quería escuchar, cuando menos de mí, ningún comentario y/o queja, en línea con lo que Ricardo ya me había mostrado.

Aunque por lo visto es evidente que de algunos otros de los inquilinos sí estaban dispuestos a escuchar, porque no son estos otros tan propensos como yo a hablar claramente y con verdad, aunque moleste a quienes no quieren oírla, excepto cuando lo creen conveniente.

Creo que lo que la señora trató de evitar que llegara a añadir, fue la insinuación o comentario de que alguien estaba tratando de evitar que alguien más se bañara con agua caliente.

Puesto que la enfermiza obsesión que la muchacha exhibe en continuar cometiendo en mi contra abusos, no produce reacción en su contra en los arrendadores, he llegado a preguntarme qué le deben, a ella y a los otros de su grupo, para consentirle esa conducta, aunque no necesariamente es solo esa una posible causa.



Y como veo que en la casa hay plantas, y no creo que Ricardo sea quien las riegue, y mucho menos algún otro miembro de su familia (nunca he visto en esta casa, la de inquilinos, a ninguno de quienes sé que son sus parientes), considero muy probable que quien lo haga sea la mamá de la muchacha o esta, con el precio de su a diario ostentado derecho a abusar libremente.

Aunque no considero improbable que algo tan absurdo como dicha deuda pueda estar influyendo en la parcialidad que los arrendadores muestran hacia la muchacha en su obsesiva comisión de abusos en mi contra, considero muy probable que a la vez, en lo esencial, lo que está ocurriendo en esta casa, es que al arrendador le parece más sencillo, más cómodo y conveniente mantener allí a un grupo de personas relativamente manejable que se encargue de imponer un cierto "orden", ejerciendo un dominio que, aunque abusivo para con otros de los inquilinos que pasen por esta casa, les parece preferible a la presencia de cualquier persona que no se someta, o no tan fácilmente como ellos, a los abusos y absurdas imposiciones de los administradores mismos.

El asunto de las plantas no es más que una parte secundaria de ese acuerdo cómodo con que, dentro de una muy baja moral y la ilegalidad, ambas partes supuestamente se benefician.

Cuando llegué a esta casa, el 13 de enero de 2025, Ricardo me dijo que el cuarto que renté llevaba ya un tiempo desocupado.

El 20 de febrero de 2025, a las 16:36 horas, vi junto a la puerta de la entrada de esta casa, en su interior, un documento oficial de la Dirección General de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias en Materia Penal (MASC), de la Fiscalía del Estado de Jalisco, dirigido a un probable exinquilino de esta casa, relacionado con una "denuncia, querella o delito" del 2024. La fecha del documento era 06 de febrero de 2025, y su contenido refuerza lo que he denunciado: este inmueble ha sido escenario de abusos recurrentes.

¿Por qué es relevante?

- Muestra una posible pauta de conducta en personas implicadas en mi denuncia.

- Sugiere que otros afectados podrían colaborar con la verdad.

Respeto la privacidad del destinatario, pero invito a quienes hayan sufrido injusticias aquí a alzar la voz.

La ruindad con que los inquilinos y arrendadores aquí denunciados están cometiendo abusos, no se limita a las mencionada mendacidad, parcialidad y alevosía con las que actúan en un grupo, amafiados, sino que implica algo aún más miserable, que he visto repetirse una y otra y otra vez aquí, en mi contra. Especialmente desde su médula, que en esta casa lo son la obsesiva muchacha, sus familiares, el arrendador y cuando menos parte de su familia, y un sujeto que, como antes mencioné, estos metieron a un cuarto de al lado del que yo rento, sin otro propósito ni actividad que las de estarme molestando al máximo, de múltiples maneras, además de otro que, como mencioné al inicio de esta denuncia, participó en la, velada y clara a un tiempo, amenaza de muerte en mi contra cometida por Ricardo Villanueva.

La parte aún más vil de toda esta muy larga serie de abusos, es que ya es totalmente notorio, cada día más y desde hace semanas, por su descaro tan extremado, el hecho de que con saña se recrudecen enseguida de cada publicación que, en este blog y en mi sitio web Donayudando.org, he venido haciendo recientemente en cuanto a mis avances en el nuevo diseño que estoy realizando de dicho sitio. Esto evidencia que, cuando menos a algunos de ellos, les resulta insoportable y les enfurece cada progreso que ven que hago, y tratan de obstaculizarlo al máximo enseguida.

Cada uno de los inquilinos y arrendadores, ha estado viendo cada una de estas publicaciones (desde que llegué a esta casa, conocieron, primero, mi nombre y teléfono), lo que es totalmente evidente en sus reacciones a dichas publicaciones y las que, más recientemente, he estado haciendo en cuanto a sus abusos.

Esto, sin ninguna duda, se ve alimentado, en esta calaña de gente, la más miserable de la sociedad, por el hecho de ver que mi activismo y mis publicaciones, en parte mediante este blog y dicho sitio, son, respectivamente, por un lado, sobre todo en la defensa de la honestidad, de la legalidad y el altruismo, y, por el otro, de tono compasivo y caritativo. Cosas que, respectivamente, les significan una amenaza y una prueba de que, según sus retorcidas mentes, soy débil y, por lo tanto, otra víctima fácil para sus abusos, que hasta el día de hoy, 15 de junio, no solo no se han reducido, sino que se han incrementado cada día.

Continúo escribiendo...


Respaldos de esta publicación:

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