Como ya es bien sabido, en México, si se renta cualquier inmueble el arrendatario se ve sometido, en la gran mayoría de los casos, a toda una serie de abusos cometidos por su arrendador, sobre todo cuando este opera al margen de la ley.
Esto se debe a que el Gobierno de México sistemáticamente favorece a los arrendadores y desfavorece a los arrendatarios (muestras concretas de esto ya he publicado muchas), obstaculizando al máximo las denuncias, de tal modo que si no se insiste suficientemente contra todo ese aparato burocrático-delictivo, no se logra nada en estos casos, como en cualesquiera otras denuncias interpuestas por los más vulnerables.
Este es el caso, típico, del dueño de la casa en que actualmente rento un cuarto, que dice llamarse "Ricardo", aunque luego he averiguado que su primer apellido es "Villanueva", y el segundo permanece oculto todavía por ahora.
El domicilio de la casa en que rento el cuarto, como ya antes he publicado, es en la calle Pino Suárez 227, entre las calles San Felipe y Reforma, en el centro de Guadalajara, Jalisco. Y el de la casa de los dueños es enseguida, en la calle Pino Suárez 229.
Su prepotencia y moral miserables, son dignas de relato, mediante pruebas en lo posible, porque siempre es necesario que este tipo de personas sean expuestas públicamente.
En complicidad con cuando menos otros miembros de su familia, esposa e hijos cuando menos, o algunos de ellos, así como con un grupo de los inquilinos de la misma casa, y otros sujetos, de vileza no menos abyecta, que luego ha venido añadiendo en sus abusos en mi contra, Ricardo Villanueva, se muestra a simple vista como alguien tranquilo; pero, ya conociéndolo un poco, de lo más descaradamente absurdo y abusivo, con la típica prepotencia de múltiples arrendadores, sobre todo los que no pagan impuestos, y creen que nadie puede denunciarlos suficientemente.
Sus crecientes atropellos han llegado incluso hasta amenazarme de muerte anoche, de manera disimulada, pero muy clara.
Voy a relatar todo en detalle poco a poco.
En esta casa, hay varias reglas no escritas que rigen cada cosa que en ella ocurre, y sin las cuales no puede estar aquí, porque se es expulsado, de manera coordinada por su arrendador y su mafia, que incluye familia, inquilinos y, por lo visto, algunos asalariados.
La regla que más se nota es una que grita: el que es silencioso es el más pendejo, y el más ruidoso es el más chingón, chingona o "inteligente", es decir, chingador/a o "ganador". Pero eso es solo en cuanto al aspecto más notorio, a los oídos hasta de los vecinos. Pero en síntesis, por supuesto, lo que significa es otra cosa, en lo esencial: el que exhiba más vileza, por todas las formas posibles, y una de ellas es el ruido, es el o la más chingón/a. Vileza en la forma de abusos, de hipocresía y de muy numerosas mañas, que, aunque son muy infantiles y muy ingenuas (como todo lo que hacen los idiotas abusivos), no son pocas y, sobre todo, son extremadamente obstinadas.
A pesar de mi acostumbrada tranquilidad, a fuerza de tales reglas, me han obligado a ser ruidoso (y no me disculpo —y ni siquiera me explico—, sino tan solo me expreso), con el fin de sobrevivir durante mi estancia, porque aquí, en la administración o coordinación de esta especie de mafia, hay retrasados mentales que no entienden más que tales salvajes leyes.
Sin embargo, puesto que ello implica toda una mafia contra una sola persona, me veo obligado a trasladar ese ruido que tanto valoran a donde sí tenga algún sentido, y no sean los sonoros rebuznos y vacíos ladridos de los perros que aquí, en su elemento, son "felices" en su amargura de no saber más que malvivir.
Pero acá, en Internet, el ruido va a ser muy distinto, porque no va a ser vacío, sino con pruebas de, al menos, varias partes importantes de ello. De aquello que la costumbre de ser vil al arrendar en México, se produce con todo descaro, en medio de otras muchas formas de vileza, que se entiende que se deben producir a diario aquí, tomando en cuenta dichas pruebas de asombrosa estupidez.
Desde que llegué a esta casa, me he preguntado una y otra y otra vez, con gran asombro: ¿Cómo es posible que haya un arrendador tan PENDEJO, tan asombrosamente PENDEJO, o tan VIL, tan asombrosamente VIL, que en una casa de 6 cuartos meta en tres o cuatro cuartos a gente que es de una misma familia, o de los cuales uno o dos no lo son, pero actúan exactamente como si lo fueran, que para el caso es lo mismo?
¿Por qué no lo puede entender, el abuso que de ello se engendra? (Y no es el hecho en sí, sino lo que ello engendra.) ¿Cómo puede serse tan pendejo para no entenderlo? Por la misma causa o grado de pendejez con que aquí Ricardo Villanueva administra el Internet y "administra" el agua (de modo ilegal, además, para variar con su delictiva evasión de impuestos), por mencionar solo otros dos ejemplos, de los que aquí hablaré también.
¡Que alguien le explique, al niño, que las mafias no son buenas, y cómo se forman! ¿O ya lo sabe, y es lo que pretende, porque se cree muy inteligente?
Como si eso fuera poco, en la mañana del sábado 6 de junio, enseguida de que publiqué los anteriores párrafos, Ricardo Villanueva, otra vez, cortó el suministro del agua a la casa en que estamos los inquilinos, y no la reconectó, sino hasta en la tarde, con tal de castigarme por decirle claramente lo que siempre, de varias formas, han rechazado hacer: escuchar, y con respeto, cuando se les trata de hablar así. De esto voy a hablar en detalle también, demostrando la prepotencia de estas personas, ante quienquiera que, entre sus inquilinos, se atreva a contradecirlos.
Aquí hay muchísimo que narrar, y lo voy a hacer en extenso y con detalle, y con algunas pruebas importantes de ello, aunque para las personas con nivel no en extremo rastrero de inteligencia, debe ser muy fácilmente deducible lo que aquí está sucediendo con el solo hecho de saber sobre tal monopolio de viles y sinvergüenzas mitómanas y mitómanos.
Independientemente de esa clara deducción, de que el exceso de poder corrompe y genera abusos, eso era de hecho un resultado muy notorio desde que llegué a esta casa. El mismo día de mi llegada, cuando todavía no había traído sino algunas pocas de mis cosas, y aún no pasaba la noche aquí, y venía una o dos veces al día y estaba aquí un rato, unos 10 segundos después de que una vecina de cuarto de al lado me vio entrar al baño, me tocó la puerta, fuertemente, varias veces, de manera decidida, tratando, obviamente, de hacerme salir, de interrumpir lo que ya había comenzado a hacer y cederle el baño, simplemente porque ella lo había decidido (y habiendo otro baño cerca, desocupado).
Por supuesto, la muchacha, de unos 22 años de edad, tenía dos objetivos:
1) Quería, desde ya, sin ninguna demora, anunciarme que si pretendía yo cambiarme a esta casa, no iba a serme nada fácil, porque ella, o gente como ella, estaban aquí para hacerme frente con abusos por completo descarados, por la simple molestia de la presencia de un nuevo inquilino; pero, sobre todo, porque ellos, de alguna manera, tenían un poder innegable para hacer semejantes estupideces.
Inmediatamente antes de estar en esta casa, estuve en otra en la que solo habíamos hombres (porque no se permitían mujeres), y aunque había varios homosexuales, tapados, también eran muy agresivos, y la violencia, verbal y física, era totalmente normal. Sin embargo, ni en esa casa, en la que había peleas violentas y amenazas de ello con mucha frecuencia, me encontré nunca con un abuso tan descarado como el que esa muchacha pretendía en mi contra. ¿Y cuál es la diferencia? Que ella es mujer, y que hay cierto tipo de mujeres que se atreven a abusar contra hombres, con más descaro que lo que normalmente hace un hombre, por atrevido que sea.
2) La muchacha quería probarme, para saber hasta dónde podía abusar. No salí del baño, la ignoré completamente, incluso después de salir. Sin embargo, su abusiva estupidez era hasta el grado de que, pese a lo que ya había hecho, y a que al hablar era en extremo y ridículamente falsa, uno o dos días después, en la cocina, con la misma barata teatralidad con que a diario acostumbraba hablar, me pidió que la ayudara a encender la estufa. Y, por supuesto, volví a ignorarla completamente.
En ese cuarto, en que dicha muchacha vivía con un muchacho y un bebé, con frecuencia se producían portazos y otros muchos ruidos, entre ellos gritos, como algo por completo natural. De lo cual no me quejé; pero más recientemente me ha llamado mucho la atención esa serie de libertades, en vista de que desde la casa del arrendador, hace algunas semanas, comenzaron a hacerse ruidos, de censura en contra mía, enseguida de cualquier ruido menor que los de aquellos dos muchachos, y mucho menores que los que actualmente, y desde hace ya casi un mes, un vecino que metieron a ese cuarto de al lado está produciendo a diario y a cada rato, con la obvia intención de molestarme al máximo.
Pocos días después de aquel ridículo detalle en la cocina, la muchacha, mientras platicaba en voz alta, en la noche, con el muchacho, le dijo con desprecio y en tono burlón, muy audiblemente desde el cuarto en que yo estoy: "¡Eres un pendejo. Eres un pendejo. Eres un puto!"
Y lo recuerdo y digo ahora, de nuevo porque eso y muchas otras cosas como esa, deben haber sido escuchadas también desde la casa de enseguida, en que viven el arrendador y su familia, separada de esta casa solamente por espacio descubierto.
En esos días, una señora que vive en el cuarto de al lado de la entrada de la casa (los cuartos no están numerados), me comentó que ese muchacho es hijo suyo, al hablar respecto a quiénes ocupaban cada espacio dentro del refrigerador, que compartimos.
Y en ese momento también, por lo mismo, me comentó que otra muchacha, que vive con ella y que tiene dos niños, también es su hija.
Y hay una enorme similitud, según después he visto innumerables veces de muchas maneras, entre su hija y su nuera. En lo esencial, son exactamente iguales, en el grado de maldad y abuso, pero la hija es muchísimo más peligrosa y nociva, porque, a diferencia de la otra, que es en extremo cínica, la hija, cuyo nombre hasta ahora no conozco, es extremadamente mentirosa y disimulada al cometer múltiples abusos. En lo único que es descarada, en extremo, es en el disimulo con que abusa. Por ejemplo, mientras la nuera dice con todo descaro y de forma directa a su víctima, "¡eres un pendejo!", la hija lo expresa con actos de abuso, con todo descaro hacia quien sea su víctima, y al mismo tiempo, ante los demás, arma intrigas con mentiras para aparentar ser víctima y volver a los demás contra su víctima.
Sin embargo, el descaro de sus abusos es llevado hasta el extremo de incluso mentir diciendo, a su víctima directamente, que esta hizo algo malo que no hizo; lo cual, por supuesto, es extremo enojoso para quienquiera contra quien lo hace.
Y, después de una serie incontable de abusos en contra mía, a través de meses, tuvo el vil descaro, recientemente, de decirme, y a gritos, la muy sinvergüenza, en mi propia cara, esta absoluta falsedad: Cuando, muy molesto, por supuesto, le pregunté por qué dejaba un comal sobre un quemador apagado (de los únicos dos que hay en la estufa, compartida), mientras ella solo estaba ocupando el otro, y yo necesitaba usar urgentemente uno, me respondió, con toda desvergüenza, que yo hacía lo mismo. Lo cual es absolutamente falso.
Además, actuó adelantándose a propósito para estorbarme exactamente en un momento en el que, como ella bien sabe, acostumbro prepararme, durante algunos minutos, algo de comer antes de irme, muy de prisa, a trabajar cada tarde. Es decir, deliberadamente, para estorbarme, cosa que ha hecho de muchas maneras incontables veces. No en respuesta a abusos que haya cometido yo en su contra, sino tan solo a arrebatos, impredecibles, que le surgen en cualquier momento, de frustraciones o de problemas, ajenos a mí, en su vida personal y/o en su trabajo.
En medio de todo eso, además de cometer abusos, en mi contra, y decir falsamente que son en respuesta a que yo cometí algún abuso, he visto muchas veces que hace cosas contra otros y contra ella misma, en el lapso entre mi salida y la llegada de otros, de tal manera que, cuando ya no estoy en la casa, parezca que las hice yo, y acusarme de ello ante otros, para volverlos en mi contra, y perjudicarme además de este modo. Esto lo he visto muchas veces, por ejemplo, en que ha movido parte de mis cosas en el refrigerador, para hacerme parecer como abusando, y luego, además, así, justificar abusos suyos en mi contra, encimando sus cosas sobre las mías.
A propósito de esta forma en que muchas veces estuvo abusando, hasta que me vi obligado a comprar una serie de recipientes de plástico para dificultárselo, hay que notar que lo estuvo haciendo además de que en esta casa durante meses solo 4 de 6 cuartos han estado ocupados y ella y su mamá son quienes han estado usando, al menos en parte, el espacio correspondiente, dentro del refrigerador, de dos cuartos sin inquilinos; y que ellas, además del mencionado, usan los espacios de la puerta, del cajón de verduras de abajo y el congelador, que yo muy rara vez (dos o tres veces) he usado brevemente con alguna cosa (solamente el cajón y la puerta).
Una vez que en la presencia de esta muchacha abrí el refrigerador y saqué unas tortillas que había metido en el cajón de abajo, al verme se enfureció, y aplicó una de sus muchas represalias, por considerar, por lo visto, esa parte también como exclusivamente suya.
Enseguida de mi llegada a esta casa, esta muchacha, y su mamá en menor medida, eran prácticamente los únicos inquilinos que entraban a la cocina por las mañanas, cuando menos de lunes a viernes y no muy temprano, y, sobre todo la muchacha, siempre ha reaccionado ante mi presencia como ante un estorbo, y procurando, de muchas maneras, evitar que la utilice incluso por unos momentos.
Hubo un tiempo en que incluso cedí un poco ante sus abusos, y por la mañana, durante meses, casi no entré a la cocina, a nada, o lo hice de vez en cuando por unos segundos, a lavar un vaso o algo similar. Sin embargo, luego sucedió que la muchacha comenzó a ver esto, en mí, como una debilidad que podía explotar para limitarme hasta el grado de no dejarme entrar a la cocina en absoluto: tampoco para prepararme algo para comer. Siendo esto ya demasiado, comencé a usar la cocina un poco más en las mañanas, sin dejar de entrar, el mismo breve rato acostumbrado, por la tarde. Aunque esto la enfureció.
Unas tres semanas después de que llegué a esta casa, mientras yo lavaba en la mañana algunos trastes, en la cocina, la muchacha, sola (sin ninguno de los niños esta vez), pasó caminando por detrás de mí hacia el lavadero de ropa, que está a unos 5 metros de donde yo estaba; pero esta vez me llamó la atención que noté periféricamente, y volteé brevemente por ello, que ella estaba volteando, girando la cabeza sin girar el cuerpo atrás, y mirando hacia mí, varias veces, como para ver si la volteaba a ver; y vestía un chor tan minúsculo como una tanga, que mostraba parte de sus nalgas, y casi también a la vez su ano.
Al día siguiente, hizo lo mismo; pero en ambos casos traté de mirarla lo menos posible de forma directa, y cuando mucho la vi de este modo dos veces, en esos dos días. Y en los dos días siguientes a estos, volví a verla pasar y andar cerca de mí, en la cocina, en chor, aunque ya no la vi de manera directa, sino solo de manera periférica, sin llegar a confirmar si era ese mismo chor o era otro.
En ningún momento, desde mi llegada a esta casa y, por supuesto, hasta el presente, he mostrado a esta muchacha ni la más mínima atracción, de ninguna manera (ni siquiera involuntaria, porque no la siento en absoluto hacia ninguna mujer como ella), o disposición, a que pueda haber algo sexual, o amoroso, entre nosotros. Aunque tampoco le he mostrado nunca repugnancia, ni me he opuesto en absoluto a que coincidamos en la cocina, como con cualquier otro inquilino, aunque sin que haya de parte de nadie el abuso, que ella y su cuñada (mientras estuvo), han tenido por costumbre cometer, tratando de acaparar el lugar, de maneras innecesarias, como dejando cosas sin lavar, estorbando, dentro del fregadero, que no es muy hondo, y sobre la estufa apagada o en algún otro lugar como estos, que todos sabemos que no son para eso, habiendo lugares que sí lo son.
No he escrito aún ni una décima parte de lo necesario.
Continúo escribiendo al respecto...
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